Había una vez una ratita que vivía con su ratoncito en el campo en una casita; pasaban muy bien la vida porque rebuscaban frutas y semillas para alimentarse.
Un día le regalaron un pedazo de tocino, y la ratita preparó para guisar una buena olla de comida.
- Mira ratoncito, si te parece bien vamos a convidar a nuestra familia para que vengan a comer con nosotros, así es que voy a ir a convidarlos, como viven en el pueblo y hoy hay mercado te compraré un sombrero y yo me compraré un lazo para estar guapos el día de la comida.
Puso la ratita la olla a guisar en la lumbre y le dijo al ratoncito:
- Mira yo ya me voy ha hacer los recados que te he dicho, vuelvo pronto, mientras tu ten cuidado de la olla.
Cuando se fué la ratita como el ratoncito era muy goloso, se pensó, “voy a comerme un poco de tocino; va a ser poco, no creo que ella lo eche en falta”, pero al subirse al borde de la olla se cayó dentro y como estaba hirviendo allí se quedó.
Viene la ratita tan contenta con el gorro que le ha comprado y empieza a buscarlo y a llamarlo por toda la casa:
- Ratoncito, ven a probarte el gorro a ver que bien te está, ratoncito... ratoncito... ¿Donde estás?
Y entonces al entrar en la cocina mira hacia la olla y ve el rabo del ratón que asomaba por la boca de la olla, mira dentro y ve que ya estaba guisado.
- ¡Ay ratoncito por goloso!... ¡Ay ratoncito!..
Y así estaba llorando cuando llegó la familia y no hubo fiesta si no entierro.
De esto aprendemos que no debemos desobedecer ni tocar a donde la mamá nos dice que no toquemos.
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